La preocupación ambiental aparece, masivamente que yo sepa, desde los
60. Quizás es por este hecho que occidente es cada vez menos cristiano. Porque el
cristiano tiene eso de el pecado original, y por lo tanto con ese sentimiento
de culpa encima, sumado al de ser un humano generador de efecto
invernadero resulta ya invivible.. No se puede andar por ahí con tanta culpa encima;
una teoría. Volviendo al tema, a mí me pasa que estas imágenes que veo a diario
de los casquetes de hielo resquebrajándose y de las islas de plástico en el
océano pacífico no me dejan dormir.
Y si bien comenzó en los sesenta, apuesto a que, por algunas décadas, fue
territorio de extremistas
exclusivamente; “radicales”. Porque
lo normal era construir carreteras y destruir los niditos, las madrigueras, las
amapolas, y que se arruine uno que otro río, pues el concreto es desarrollo, y
qué vergüenza no serlo nosotros (desarrollados).
En cuanto a mí, yo como humano, comienzo a
sentir esta presión y culpa por ahí de principios de este milenio, sin saber qué
cosa específica la habrá desatado. Porque fue como de un momento a otro. Y
recuerden que en esta época no existía ese término de actualidad que es “viral”.
Será acaso que un pingüino se vino caminando a Washington a dar la primicia? Quién
declaraba estas cosas así tan de acuerdo universal por aquella época?
“Hay
un pingüino en redacción, esto sí que es grave..”
Y
lo curioso del caso es que venimos de años ya de hacer conciencia. Y paulatinamente vemos cambios, cajas en la
oficina para reciclaje, el día del medio ambiente, el día sin carro, los países
que prohíben bolsas plásticas, el carpooling, doña Amelia, etc. Y en esto hay
un fenómeno que me preocupa. El punto en que el hacer conciencia se convierte
en lo que llaman los psicólogos, un “fenómeno
de habituación”. Sigue la gente prestando atención al cambio climático?
Hasta cuándo? Más allá de la basura generada, por cuánto más tiempo podemos
seguir sintiéndonos como basura fenomenológica (nosotros mismos) sin
normalizarlo?
“Ejemplo de un hombre basura”
Es decir, si la gente ve a Leonardo Di Caprio, por cuarta vez haciendo
un documental de cambio climático, le darán el Óscar, o le darán tomates? Esto
a mí, me preocupa. Porque más allá
de si se lo merece o no (que siempre van a decir que los Óscar se entregan meramente
por criterios técnicos, pero ya se sabe que es mentira), el tipo, se lo
merecería desde mi plano sentimental. Yo respeto a Di Caprio, incluso lo
quiero, y no se merece tomates.
Lo que le falta al cambio climático no son documentales que ahonden en
lo que pasa, lo que pasará, la basura que somos en esencia y cómo nos
reproducimos a la vez que esquilmamos los recursos naturales. Eso ya se sabe. Para no caer en la
costumbre y por lo tanto la invisibilización del problema apocalíptico, se
debería examinar el por qué la cosa no
cambia, al menos al ritmo que se requiere.
Y antes que saltemos todos a señalar a los
políticos (con la mano izquierda), yo pienso que es más una cosa muy nuestra: La
connotación que tenga para nosotros la palabra “radical”.
“Un
radical que se aprovechó del Halloween para acometer su atentado”
Radical en el imaginario social es siempre malo, incorrecto. Pero desde
una lógica de absurdos, acaso en un
mundo con una situación de crisis extrema en lo ambiental, radicalmente
desfavorable y apocalíptica, no se debería ser radical? Es decir, siendo
esa la coyuntura, no es de sentido común que se debe ser radical en el abordaje del problema? Porque mesuradamente,
progresivamente, pues sencillamente no dará tiempo. A como vamos, empezamos a
revertir el cambio climático para que lo disfrute la evolución de la cucaracha
(que está claro que es lo que poblará la tierra). Y yo digo que “no
debiera ser”. Ante todo, porque las más felices con la basura son las cucarachas y no nosotros que se supone que nos preocupamos.
Qué injusto.